Revista : CELEBRA
Edición: marzo de 2025
Dra. Ma. Luisa Rivera García
Facebook: Dra. Ma. Luisa Rivera
Correo electrónico: marialuisarg0505@gmail.com
En la vida hay probabilidades y hay certezas, cuando miramos al futuro casi todo son probabilidades, deseos, búsquedas, anhelos, que quisiéramos o esperamos y que tal vez se cumplan. Y hay certezas pocas, pero hay, la más cierta de todas las certezas es que vamos a morir y aún hay otra certeza definitiva, en esta vida hay límites. Pretender vivir sin límites es imposible.
Y vamos aprendiendo de límites desde nuestros primeros días de vida, esa es una de las fundamentales funciones paternas, ir introduciendo a ese hermoso, encantador y con suerte, muy amado ser, que no se puede todo, a la hora que quiera ni como quiera, por más que él lo desee. Poco a poco vamos introduciendo límites y horarios para dormir, comer, actuar y hasta ¡defecar! (no se puede en donde sea) y esos límites podrán ser diferentes de acuerdo a la cultura en qué ha nacido, a las ideologías paternas, a las circunstancias sociales, pero límites habrá.
Y hay maneras de establecer el límite, el amoroso, claro y firme, podría ser el ideal. En nuestros días hay mucha información de cómo hacerlo; consejeros especializados en los países desarrollados; libros para padres las añejos; Tik tok, Youtube, Instagram o Reels para los más jóvenes, pero de que se crecerá con límites no hay duda. Cómo tampoco la hay de que crecer con límites mal impuestos o poco claros complicará la existencia de ese ser. De hecho si tuviéramos que elegir entre unos padres arbitrarios e impositivos de esos de que “mi palabra es la ley” o “solo lo que yo permito se hace” y unos padres “blandos” o “volubles” , que un día hacen cumplir la regla y otro ni se acuerdan, es el autoritario el que da más posibilidades a la hora de ir a la vida: el enojo, la frustración pueden mover más que la incertidumbre o culpa.
El límite da pertenencia, conocer los límites del grupo y respetarlos brinda la aceptación del grupo de adscripción y permite la inserción a él. Conocer las reglas y aceptarlas permite ser una parte del equipo y una parte bienvenida a él. Sólo chequen las “leyes de adscripción” entre los vaqueros de Yellowstone (serie en Netflix)
Ese es el tema con los niños de la “calle” no siguen, porque no conocen o porque no pueden, las reglas del común de su sociedad. Aunque, no nos engañemos, en su grupo de sobrevivencia, tendrán sus reglas, sus límites escritos o no.
Porque ese es otro tema, muchos de los límites en los que nos desenvolvemos, son claros, hablados o incluso escritos (leyes, reglamentos) pero muchos no. Especialmente en el entorno familiar encontramos que gran parte de lo no permitido, de lo no bien visto al interior de ese núcleo familiar no está dicho y ni siquiera es consciente para la mayoría del clan.
Hay familias en las que por absurdo que parezca, acceder a un nivel económico por encima de su promedio, es traición. Tan se vive así, que él que logra mayor economía que la del resto, tiende a pagar por lo que no le corresponde, y/o a “prestar” dinero o cosas al resto de la familia sólo para paliar la culpa de sobrepasarlos. O alguna otra familia verá con “buenos ojos” al berrinchudo, al peleonero, al busca problemas, porque para ellos es bueno no permitir abusos, abusando de otros. Obviamente son límites no conscientes para el sistema lo que los hace más fuertes y consistentes.
Crecer sin límites es imposible aunque es posible crecer con límites no claros, no precisos, con lo que se pierde pertenencia, lo que es igual a desarraigo, lo que es igual a una vida complicada fuera de la ley.
Entonces ¿Cuál es el límite sano? ¿Cómo formar a nuestros hijos de manera que se sientan adscritos pertenecientes a su familia, a su entorno social y a su cultura sin renunciar a su esencia. Sin terminar odiando a los padres y/o a su cultura original y por ende a una parte de sí mismos?
La receta podría resumirse en un “abrázalos estrechamente y después dejarlos ir” esto es muéstrele límites claros, precisos y firmes y después dejémoslos, según su edad, descubrir su camino propio. Con respeto a sus decisiones, a sus búsquedas, a sus necesidades e incluso a sus equivocaciones.