Artículo.- Heridas del Padre
Revista : CELEBRA
Edición: junio, 2024
Llegamos al mundo en inocencia, con nuestro propio temperamento sí, pero en inocencia, incluso si consideramos la propuesta desde las ideologías “New Age” que dicen venimos a cumplir un “plan de vida” que acordamos antes, al venir nos es borrado, lo olvidamos, entonces otra vez somos una hoja en blanco, una muy particular hoja en blanco.
Pensar que vamos a pasar la vida así, sin rasguños, sin heridas, sin dolores, entre arcoíris con florecitas y mariposas volando suena idílico aunque es imposible y sí así fuera me parece sería fofo, descolorido, insípido. Y no digo que el sufrimiento sea deseable, pero es con él que el alma se fortalece, es ahí donde crecemos, donde tomamos entereza.
Digo esto con el ánimo de desmitificar un poco las creencias en torno al dolor, no se trata de no sufrir, se trata de transformar nuestras experiencias difíciles en fortalezas.
Y sí de eso se trata y sí nuestras figuras fundantes son los padres, entonces todo lo relativo a nuestros vínculos con ellos adquiere un tono serio.
Entonces pues, hablemos del padre ¿qué se espera de él, de un “buen padre”? y luego ¿qué se espera de él en este tiempo? Y en nuestro contexto: por que el modelo, las expectativas cambian de una época a otra, de un lugar a otro y de una circunstancia a otra. Un padre mexicano en los 40´s con ser buen proveedor y estar medianamente presente era suficiente, no era necesario asistir a reuniones escolares, ni ser empático, ni amoroso, un poco al contrario debería ser exigente, autoridad para los hijos.
Poco a poco esto se ha transformado en nuestros días el padre ideal deberá: proveer (lo mejor posible), compartir trabajos de crianza y hacerlo de manera comprometida, es decir, asistir a reuniones escolares, participar en el transporte de los chicos, tal vez en la alimentación, citas médicas, hacer tareas, acompañarlos a prácticas y eventos deportivos, enseñar a andar en bici, nadar o tecnologías, atender sus necesidades emocionales, a los muy pequeños bañarlos, dormirlos, cambiar el pañal, darles el bibi, etc. Todo esto con madurez amorosa y divertida.
Y si a todo esto agregamos la propuesta psicoanalítica de que “la principal tarea del padre es recordarle a la madre que también es mujer, no solo madre” pues la tarea se complica, agobia!
Además hacer esto sin respaldo ancestral, son las primeras generaciones de padres que enfrentan este tipo de demandas sociales.
Claro! que van a fallar, pero hay de fallas a fallas. Tenemos los padres que por más que amen a sus hijos no son capaces de expresar ese amor de manera fluida. Padres que reaccionando desde sus propias heridas (tomemos en cuenta de donde vienen, como fueron sus propios padres con ellos) serán incapaces de conciliar sus “huecos” y verterán en sus hijos sus frustraciones, sus vacíos, sus dolores y en el peor de los casos su erotismo.
Padres que no solo no protegen, si no que hieren. Padres que no sabiendo ser cómplices con la madre en la crianza, sabotean toda la posibilidad de armonía. Padres ausentes que no pudieron o quisieron quedarse o incluso que fueron excluidos por la madre y no hicieron mucho por incluirse. Padres que violentan al pequeño ser a su cargo, de alguna manera o de otra o de todas las maneras posibles.
Obvio, esto afecta de muchas formas a los hijos que podrían convertirse en unos pequeños inseguros, incapaces de defenderse y por tanto buleados o viceversa niños agresivos, golpeadores, buleadores, o podrían desarrollar enfermedades, asma, afecciones bronquiales, padecer acné, o convertirse en adolescentes que no encajan, que temen al contacto social o chicos que no rinden en la escuela, es muy difícil aprender, tomar algún conocimiento si mi cuerpo está encogido de miedo, de temor a ser agredido. Podrán manifestar un sinfín de síntomas, lo que es muy poco probable es que lleguen a ser adultos plenos!
Y la transmisión negativa no parará por sí misma: un abuelo dañado, genera un hijo lastimado que genera un niño asustado, hasta que alguno decida parar! Transformar el dolor, dejar de repetir, por más legítimo que parezca repetir y repetir.
Fácil no, no es fácil, posible sí. Lo primero en todo proceso es reconocer, es detenerse y mirar, mirarme con absoluta honestidad, con una honestidad desgarradora, una honestidad dolorosa “sí, yo soy como él” “sí, yo lastimo” dejar de culpar de responsabilizar al que no me dio lo que no tenía para dar.
Hacernos cargo de nuestro acontecer es lo siguiente, primero miro y luego me hago cargo, esto ya es mío y por tanto está en mi trascenderlo, está en mi parar el ciclo.
Fácil no, posible sí, solos difícilmente yo diría imposible, pero sobre todo innecesario cuando contamos con tantas posibilidades de ayuda profesional
Estemos en donde estemos la plenitud, la reconciliación es posible, toca buscarla.
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